“Patriarcado
y embarazo.
El control
de nuestros cuerpos”
Autora: Lic. Carolina Pena
Resumen
Este trabajo
intenta abordar las concepciones que se encuentran social y culturalmente
arraigadas entorno al cuerpo denominado femenino. Cuerpo útero a ser fecundado.
Cuerpo que es espacio de dominación, violencia y enajenación. Desde aquí se
pensará la labor de un/a analista en contrapartida con el discurso médico
hegemónico, patriarcal y dominante, abriendo el lugar a la escucha y a la
palabra en tanto actos subjetivantes, que permiten no sólo elaborar lo traumático
sino también que le abren a la mujer la posibilidad que le ha sido siempre
negada; la de ser protagonista única de uno de los hechos sexuales más
significativos que puede elegir en su vida: el embarazarse y maternar siguiendo
su deseo.
Se hablará
también de las marcas que reactualiza un embarazo y el criar a un nuevo ser.
Ansiedades tempranas, miedos, angustias a las que se les debe dar el tiempo y
el lugar para aparecer y desentramarse.
“La forma
de lograr un cambio no es yendo en contra de la corriente ni intentando que las
mujeres vuelvan a parir a las cavernas, sino devolviendo el espacio simbólico
al acto del nacimiento y a toda su periferia, incluyendo el saber médico, las
técnicas de las parteras e introduciendo la palabra ya no mágica de antaño,
sino la que es capaz de elaborar la psicología actual para dar respuesta a una
necesidad ancestral: la de toda mujer y toda familia de sentirse escuchada,
respetada, acompañada y sostenida ante la llegada de un bebé y en el inicio de
la vida”[1].
Mujer-Madre
y la mirada hegemónica patriarcal
El
cuerpo denominado femenino ha sido significado desde siempre como un útero para
ser fecundado. Mujeres incubadoras. Cuerpos gestantes. Cuerpo como espacio de
dominación, violencia y enajenación. Un cuerpo y una subjetividad al
servicio de otros. Entonces, el cuerpo de la mujer “ha sido identificado ideológica y socialmente con la naturaleza; está
predestinado para ser usufructuado, poseído, ocupado, apropiado por el hombre[2]”.
A la mujer se la suele catalogar según sus momentos vitales, en tanto haya
gestado o no. En tanto materne, o decida no hacerlo. Se es mujer o se es madre. Amor maternal además, considerado como único,
diverso, especial. Amor romantizado que toda mujer debiera sentir cuando su
hije salga de su vientre. Esto, junto al mito del instinto maternal, interviene
significativamente en el control social de las mujeres, produciendo
subjetividad. Las representaciones sociales en torno a la maternidad se ven
atravesadas fuertemente por diferentes instituciones como el Estado, la
iglesia, los agentes de salud, los agentes jurídicos, entre otros. “Mientras este mito se mantiene vivo,
permanece también intacta la subordinación de las mujeres, negándoles así una
identidad por fuera de la función materna. Este mito dictamina que toda mujer
debe, necesita y desea ser madre.[3]”
Un
dato relevante es el gran porcentaje de episodios de depresión posparto que
pasan inadvertidos o son mal diagnosticados ya que las mujeres menoscaban la
aparición de sentimientos de rechazo hacia la maternidad. Esto, debido a lo que
socialmente se espera de ellas, recientes madres, que debieran estar felices y
a gusto con su nuevo hije. Si esto no es lo que esa mujer muestra, se torna
incomprensible y disruptivo para los otros. Molesta y en ocasiones se oculta.
Entonces,
si se es mujer y se ha decidido embarazarse, se supone que se deberá ser feliz
habiéndolo logrado y que sacrificialmente se soportará todo. Dolores,
maltratos, violencia, todo en pos del bienestar de la cría. Así nos piensa la
sociedad patriarcal de la cual el discurso médico hegemónico es gran heredero y
así es que nos encontramos con mujeres que paren sumisamente, con la cabeza
gacha ante aquel que las oprime, las victimiza porque “si estás embarazada, ahora báncatela” (sic) o porque si “ya tenés 4 pibes, cómo te va a doler un
tacto?” (sic). Mujeres que paren y entregan su cuerpo y sus genitales como
si les pertenecieran a los otros. Esos otros que se supone que saben. Que
ostentan un saber que deja totalmente de lado lo subjetivo, lo singular de esa
mujer, embarazada o puérpera. “Yo me
quedo callada, si confrontás es peor, se enojan y te tratan mal” (sic).
La
mujer adherida al discurso médico, temerosa, con miles de miedos de lo que en
un embarazo es normal o patológico, suele presentar muchas dificultades para
hacer su propia experiencia de embarazo y parto. Esto se ve en el famoso miedo
al parto, al dolor. El dolor es, además de algo que se siente en el cuerpo, una
construcción social, y el parto siempre queda asociado a algo que se padece,
eso que se ve en las novelas, generalmente bastante alejado a lo que es: un
acto sexual que debería poder transitarse en el goce, en el placer; que muchas
veces duele, sí, pero cuando se ubica eso en el centro de la cuestión suelen
complicarse las cosas.
En una entrevista de admisión una mujer
embarazada contaba: “le dije a la obstetra que me
quiero ligar. Tuve una mala experiencia en el parto anterior (diversas
intervenciones violentas de las cuales no fue avisada ni puesta al tanto
posteriormente) sentí que me arruinaron el
cuerpo. Este embarazo no fue buscado y lo primero que se me vino cuando me
enteré fue el miedo al parto. Tengo miedo de llegar y decir no quiero. Llega la
noche y es llorar… me da terror parir. No quiero que me duela. En las charlas
de preparto me hablaron de que podían llegar a usar fórceps, o la episiotomía
para no desgarrarme peor…” (sic).
El
cuerpo imperfecto es el principal mandato de género sobre el cuerpo de las
mujeres. Mandato que es trasladado rápidamente al proceso de embarazo. Mujer
que suele pensarse imperfecta, intuye también que algo en su embarazo no irá
bien, que dolerá, que necesitará de mucha ayuda médica, que sola no podrá, que
ante cualquier síntoma nuevo deberá consultar rápidamente con un profesional o
aliviarlo de cualquier forma. Indudablemente, uno de los pilares del
patriarcado es el control de la sexualidad de las mujeres, y el embarazo
como acto sexual, no sale de esta norma.
En
nuestra sociedad, desde la aparición de los cuidados prenatales medicalizados,
el estado anímico de las embarazadas está muy influenciado por los
profesionales de la salud, especialmente por los/as médicos/as. El médico
Michel Odent habla del “efecto nocebo”
y explica que se trata de un efecto negativo en el estado anímico de las
embarazadas e indirectamente, de sus familias. Ocurre cada vez que un
profesional de la salud hace más daño que bien al interferir con la
imaginación, las ilusiones o las opiniones de una mujer embarazada (o no).
El
partero Francisco Saraceno refiere: “Pareciera
que el sistema médico hegemónico y la sociedad nos avalaran a los hombres en la
medida en que ejercemos como médicos (formados con una mirada que tiende a
patologizar el embarazo y el parto). Y que sostener, nutrir y acompañar un
proceso es un lugar cuestionable siendo hombre, en cambio intervenirlo,
dirigirlo, conducirlo no lo es. Para cortar, operar y controlar no hay
prejuicios de género cuando de nacimientos se trata. La pregunta que me hago,
entonces, es hasta qué punto seguimos como sociedad avalando que los hombres
ejerzan poder sobre el cuerpo y las decisiones de las mujeres mientras
sospechamos de los lugares horizontales, de construcción conjunta y de
empoderamiento de la mujer [4]”.
Sobre
el embarazo y las marcas…
Sabemos
que un embarazo es más que la gestación de un nuevo ser: implica poner en juego
y repensar diversos aspectos de la propia vida. Implica también tomar
decisiones, repensarse como sujeto y la posibilidad no sólo de parir otro ser,
sino de ejercer el maternaje y, con ello, las necesidades físicas, sociales,
afectivas, emocionales y económicas de ese otro ser humano que tendrán que ser
cubiertas durante una buena parte de su vida.[5]
Por todo esto es que resulta difícil pensar un embarazo sin un mínimo de
planificación y deseo puesto allí.
Entiendo el acto de maternar como el conjunto de procesos
psicoafectivos que se integran en la mujer, haciendo posible la anidación
psíquica, la libidinización de ese hije por nacer, así como la construcción
del nuevo rol. Toda esta trayectoria que atraviesa la mujer, implica una
reestructuración de su psiquismo que en ocasiones conmociona y reactualiza
ansiedades tempranas. Puede
propiciar, además, que la mujer resignifique o se haga preguntas sobre su
propia crianza, el modo en que fue ma/paternada, así como también la
reactivación de traumas o cuestiones infantiles tales como abusos nunca
contados, duelos no elaborados, pérdidas perinatales, miedos diversos,
ansiedades, angustia, etc.
Emma, embarazada de 2 meses relata: “En Febrero perdí un embarazo de 3 meses. Se detuvo. Me
hicieron un legrado. Me puse a trabajar para distraerme. Mi marido trabajaba de
noche. Se me cerraba la garganta, crisis de llanto. No quiero salir de mi casa.
Me hicieron análisis de todo tipo, pero no volví más al hospital. No quería
saber. Recién hace una semana retiré la autopsia. Me mandaron al psicólogo
porque decían que tal vez no había hecho el duelo. Era mi primer hijo! Fui
hasta hace un mes y medio atrás, pero sentía que no me hacía nada. Mi cabeza
por las noches trabaja peor, pensando en lo que pasó, revisando todo. (…) este
embarazo no fue buscado, ni tener relaciones quería. Si me hubiera enterado
antes, yo ni hubiera intentado volver a tener un embarazo. Yo no quería. Tengo
miedo de que me pase lo mismo”. A Emma la escuché un 17 de Agosto. Antes de
irse nos cuenta que la fecha probable de nacimiento de aquel bebé era el 20 de
ese mes.
Vemos
en el relato de Emma, que lo que manifiesta como su deseo - consciente - de no
volver a quedar embarazada, pareciera estar teñido por la experiencia previa de
la pérdida perinatal. Como ella sospecha por lo que le dijeron otras personas,
algo de eso no elaborado probablemente sea lo que le esté oprimiendo la
garganta y angustiando de tal modo. Creo importante poder propiciar allí algo de
su concepción de hijo, del lugar que le está dando - o no - al que está
gestando y al que perdió, teniendo en cuenta que ambos se inscribirán en una
cadena de transmisión generacional de deseos, fantasías conscientes e
inconscientes y de mitos.
En
mujeres que ya han sido madres, un nuevo embarazo también despierta todo
aquello del/ de los parto/s anterior/es. Si ha sufrido violencia obstétrica, o
si fue un parto complicado, una cesárea inesperada, un trabajo de parto muy
largo o doloroso, cuestiones que reaparecen y ante las cuales es necesario que
medie la palabra para separar aquella experiencia de esta actual, historizar y
dialectizar lo sucedido y el deseo (o no) puesto en este embarazo en curso.
Griselda está embarazada de 35 semanas e
internada hace unos días porque, según refiere, tiene las mismas sensaciones
corporales que tenía cuando murió su hijo anterior dentro de su útero, al
atravesar la misma edad gestacional. Luego de hablar un rato al lado de su
cama, me cuenta que vino a control porque su bebé no se movía y le ardía la
panza, la piel. Aclara que es el mismo ardor que sintió en el 2015, días antes
de que le hicieran una cesárea porque su bebé había fallecido. La visito al día
siguiente, continuaba el ardor y su miedo, pero los monitoreos y las ecografías
daban todas bien. Puede situar que cuando más le arde la panza es por la noche.
Le pregunto a qué hora fue aquella cesárea. Puede recordar que fue de noche,
entre las 21 y 22 horas. Hablamos sobre eso. A los dos días, cuando vuelvo, me
cuenta que no tuvo más dolores. Ese día a la tarde, nació su bebé sin
problemas.
Probablemente
allí la palabra motorizó el movimiento de algo de aquella pérdida que nunca
antes había sido elaborada ni hablada. De aquí la importancia de un analista,
no sólo para elaborar lo pasado, sino para contribuir a la construcción de la
experiencia en medio de la crisis, de la angustia, para acompañar en el
afrontamiento del dolor con más herramientas.
Una mujer de nacionalidad boliviana me
contaba que a sus 14 años, su madre falleció en el parto y actualmente ella
teme que le suceda lo mismo: “allá (en Bolivia) piensan que como mi mamá murió en el parto yo también voy a
morir así”.
Las
experiencias de partos de familiares, o de la madre de la mujer embarazada,
también suelen resignificarse y actualizarse con la llegada de un nuevo
embarazo. “Cabe resaltar que la relación de la mujer con su propia madre será
objeto de intensas reelaboraciones. Ocupará mucho espacio en su psiquismo. Así
como también, que la calidad del vínculo que haya establecido con su propia
madre, será un predictor de la relación que podría establecer con su bebé”[6].
Entonces,
creo importante pensar a la mujer embarazada obviamente atravesada por su
propia historia, como cualquier sujeto, como así también por esta nueva
realidad que es la gestación, por la que toda su identidad psíquica y física se
ven fuertemente conmovidas. “Se debe
comprender e identificar este momento de la vida como una situación en la que
convergen “lo familiar y lo extraño”; entendiendo como familiar la transmisión
de la especie, los mitos, creencias, así como la incorporación histórica de
modelos de identificación; y lo extraño e inquietante que hace que esta
experiencia revista el carácter de algo singular que hace de cada experiencia
de embarazo y parto algo inédito”[7].
Compruebo
cada vez que la palabra es el mejor medio para sanar. Que a través de ella van
sanando las historias que no se dieron como se soñaron, los partos idealizados
y fallidos, los bebés que no lograron colmar ese deseo, ese anhelo con que sus ma-padres
los esperaban y hasta el dolor que dejan aquellos que vivieron horas, días o
incluso no llegaron a respirar fuera del útero de su mamá. La palabra y la
presencia. La disponibilidad del cuerpo a cuerpo, del estar ahí. Conteniendo. A
veces en silencio. Consultorio, interconsulta, entrevista al lado de una
incubadora, en una sala de espera o con la mamá y su bebé en contacto piel a
piel.
Cuando
una mujer habla y nos confía algo de su subjetividad, es necesario como
analistas, que lo alojemos y que seamos capaces de ayudarla y orientarla a
hacer algo con eso. Del ocultamiento, del temor, de la sumisión, cuando la
palabra es dicha, ésta se transforma, aparece haciéndose escuchar por ese/a
mismo/a que habla, en tanto que a aquello denunciado se le da una entidad que
tal vez nunca antes tuvo. La escucha y el trabajo con la palabra son nuestras
fieles herramientas. La palabra en sus múltiples vertientes: como información
segura y confiable, desde la cual las mujeres puedan decidir qué, cuándo y por
qué; así como también como denuncia, como posibilidad de elaboración de lo
traumático, como refugio desde el cual ampararse y como trinchera, combatiendo
desde allí para no ser arrasadas por un sistema que nos quiere sumisas y
calladas… porque maternar es un acto de amor pero también es un acto político,
así como acompañar esas ma-paternidades desde el deseo que nos mueve como
analistas.
Referencias
bibliográficas
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[1] Oiberman,
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[2] Delia Selene de
Dios-Vallejo. Equidad de género y embarazo.
En
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[4] Saraceno
Francisco. El desafío de partear en
masculino. En la revista “LATIR, el arte de partear”. Pág. 90
[5] Delia Selene de Dios-Vallejo. Equidad de género y
embarazo. En
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0187-53372014000200002
[6] Gastaldi, Daniela. Curso de Posgrado de la AASM “Vínculo y psiquismo temprano”. Clase N°
1
[7] Gastaldi, Daniela. Curso de Posgado de la AASM “Vínculo y psiquismo temprano”. Clase N° 2: Trabajo
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