La noche del Domingo 8 de septiembre de 2019 estaba
terminando. Había estado muy incómoda ese día, pero fuimos a almorzar a la casa
de mis papás y a la tarde después de una siesta larga pasaron lxs abuelxs
paternxs a saludar. Mis tobillos eran los de un elefante. Retención de líquidos
al extremo.
La noche del sábado necesité hacer unos ejercicios en la
pelota. Había sido un día agitado, yoga a la mañana y un cumpleañito a la
tarde. Tal vez eso ayudó a que Benito decidiera nacer quince días antes de la
ilusa fecha probable de parto.
Continúo. Volvamos a la noche del domingo. Recuerdo que eran
las 20 hs aproximadamente y yo estaba bordando el cartelito de la puerta de la
habitación. Un arcoiris y en letras negras mayúsculas el nombre de Beni.
Me dieron ganas de ir al baño. Y ahí algo no fue “normal”.
Sentí que algo se había como desprendido. A los minutos descubrí que seguro se
trataba del tapón mucoso. Empezaba todo. Quince días antes. Con un cartel y EL
BOLSO a medio hacer en el living.
Subí rápidamente a ponerme un protector diario y fue como en
las películas. Rompí bolsa. Grité LUCAAAAAS. Y nos reímos y abrazamos.
Lloramos.
Llamé a mi adorada obstetra. Y riendo le pedí perdón por
romperle las pelotas un domingo pero tenía que contarle que había roto bolsa.
Nos reímos. Siempre nos reímos. Desde que la conocí. En cada consulta, en cada
mensaje y llamado. Recuerdo que cuando estábamos esperando para que nos atienda
en la primera consulta escuchamos las risas que venían del consultorio y Lucas
me dijo “vas a ver que nos vamos a quedar con ella”. Así fue.
Luciana me dijo que llame a la partera, que coordine con
ella cómo seguir, que por suerte estaba Paula. La que mejor me había caído. La llamo a Paula y quedamos en hablarnos en un par de horas.
Debíamos esperar las contracciones y realizar el trabajo de parto en casa.
Llamamos a lxs abuelxs, hablamos con algunxs amigxs
cercanxs. Preparé algunas cosas que me faltaban del bolso. Pedimos dos ensaladas,
y nos acostamos a ver tele en la cama.
No pude descansar mucho, la ansiedad, siempre fiel
compañera, estaba presente.
A la madrugada seguía todo igual. Sin contracciones ni
molestias. Seguía perdiendo líquido amniótico y Beni se movía así que todo iba bien.
Bajé a prepararme un té y a terminar de bordar el cartel. Lo logré y en vano
intenté volver a dormir.
Se hicieron las 5 am, la hora en la que tenía que llamar a
Paula. Le conté que no había pasado NADA. En dos horas nos teníamos que
encontrar en la clínica. A la hora volvimos a hablar y charlamos de las
opciones, que las conocía muy bien, inducción o cesárea.
El lunes amanecía súper pegajoso y estaba por llover. Nos
vestimos y salimos para la clínica. Nos despedimos de las mascotas. Estábamos
tranquilxs. En plena autopista me di cuenta que no llevábamos la carpeta con
todos los estudios, volvimos a buscarla.
Llegamos a la clínica, nos costó encontrar bien adonde ir.
Cuando lo logramos apareció Paula con una cara de dormida terrible, había
tenido varios partos ese día y noche.
Me hizo las revisaciones correspondientes, Benito estaba
perfecto, pero yo tenía el cuello de útero súper cerrado.
La inducción nunca estuvo en nuestros planes. De todos
modos, lo hablé con Luciana y con Paula. Teníamos unas horas más para ver si se
desencadenaba el trabajo de parto. Mientras nos internamos.
La enfermera que me puso el suero (tuvieron que pasarme
antibiótico porque no tenía los resultados del estreptococo) me destrozó el
brazo aún cuando le dije que mis venas copadas estaban en el otro. Vimos tele.
Lucas nos mimaba a cada minuto. Sin saberlo estábamos despidiendo la vida de a
dos.
No podía moverme mucho por la bolsa rota, hay riesgos como
desprendimiento del cordón, por eso los movimientos deben ser mínimos. Por un
momento Paula pensó que Beni podía haberse atravesado y pidió una eco. Era muy
temprano, faltaba personal y Luciana ese día estaba trabajando en otra clínica,
por consiguiente todo iba bastante lento. Las pulsaciones de Beni estaban
perfectas y unas horas después la ecografía demostró que la posición también.
Eran aproximadamente las 12 pm. Llevábamos catorce horas así. Yo sabía que se
esperaba como máximo un día en esa institución.
Paula me avisa que tenía que ir a cubrir otro parto, que me
iba a asistir Mariela, la partera de la clínica. Eso me desalentó un poco pero
por algo todo se estaba dando de esa manera. Volvimos a charlar sobre las
opciones, negamos la inducción nuevamente ya que con el cuello tan cerrado era
muy factible que de todos modos terminemos en cesárea.
Así que bueno, dos horas después llegó Luciana, nos
abrazamos tanto, le confesé que estaba algo triste por mi añorado parto
vaginal. Me contuvo y me dijo palabras que me guardo para mi que me
tranquilizaron y ahí entendí porqué la habíamos elegido. Mariela resultó ser
muy dulce. Igual en la cesárea le tocaba ser actriz de reparto. Estaban
preparando el quirófano. Como los pedidos excéntricos de los cantantes en sus
camarines yo pedí lavarme los dientes. Estaba sucediendo. Íbamos a conocernos.
Me llevan al quirófano que por suerte estaba enfrente de la
habitación. Recuerdo que era de un blanco impoluto y había pocas personas. El
reloj marcaba las 14 horas clavadas. El anestesista, que cuando escribo me doy
cuenta que tenía un aire al profesor de pilates, me aplicó la peridural
mientras Mariela me agarraba fuerte de las manos. Apareció Lucas vestido de
futuro papá en un ambo verde agua.
Me acuestan en esa posición “jesucristica” un poco incómoda
y se dio por comenzada la acción. Eran las 14:10.
El anestesista puso música. Ahí me puteé internamente porque
no habíamos llegado a preparar la playlist.
Ya no sentía mi cuerpo de la cintura para abajo, escuchaba
unos ruidos dignos de carpintería pero no tenía miedo. Me iban relatando todo
lo que iba pasado. Lucas miraba todo, atento al lado mío y Luciana alzaba la
vista y sus dos faroles celestes me sonreían. Todo iba bien.
Empezó a sonar la canción Shallow, cantada por Lady Gaga y
Bradley Copper, que forma parte de la banda sonora de la película Nace una
estrella. Más perfecto no se consigue. Benito estaba posicionado muy arriba,
ahí entendí la presión que sentí sobre todo durante los últimos meses en la
zona que va de mi pecho al ombligo.
A las 14:26 de ese lunes el león Benito rugió. Cuando lo vi
sentí algo que no puedo expresar ni poner en palabras. Una mezcla de amor, de
paz, de magia, una emoción que desbordaba mi alma. Su cara me recordó a mi
hermana de bebé.
Con Lucas habíamos parido a nuestro Benito y ya nada
volvería a ser igual. Por eso digo que lo parimos lxs dos y nacimos lxs tres.
Lo apoyaron en mi pecho, y estuvimos admirándolo un ratito. Mientras me cosían,
sólo en ese momento sentí una molestia. Quería toser y me faltaba el aire.
Luego de los controles, muy rápidos, que le hicieron bajo la
supervisación de Lucas, ambos volvieron al quirófano. Beni a upa suyo, hacía
ruido a chupete, ¡quería teta!. Entonces volvió a upa mío y junto a Lucas y
Luciana seguimos sin poder dejar de mirarlo, besarlo y tocarlo con los ojos
mojados.
Siempre sentí que algo no había podido darse, que el mantra
que leyó mi profe de yoga en nuestro último encuentro con panza no había
funcionado en mi, tal vez por miedo al dolor, tal vez porque el linaje de las
mujeres de mi familia parió por cesárea a todxs sus hijxs, tal vez por mi luna.
Pero ese tal vez se esfumó por completo ese día que volví a yoga, ahora en
formato de ronda de crianza, y me tocó contar mi parto. Mientras les iba
mostrando las fotos, una de mis amigas de tribu preguntó al verlas “¿ella es tu
mamá?”. Estaba señalando a Luciana.
